Guarda tus palabras



El que guarda su boca guarda su alma;

Mas el que mucho abre sus labios tendrá calamidad.


Existe un mal que desde el principio de los tiempos ha causado problemas entre los seres humanos. “La lengua”, ese órgano pequeño que tal como lo describe Santiago en su carta, hace alarde de grandes cosas. Un mundo de maldad se esconde dentro de ella que es capaz de corromper todo el cuerpo y de contaminar también a quien recibe lo que despide de tal.

Al parecer ese órgano pequeño se enfoca más en hablar de otros en tono de murmuración. Sé que has de haber escuchado a alguien hablando mal de una persona ausente ya sea en la universidad, colegio, trabajo, en tu hogar, incluso en la iglesia. O quizás tú mismo has participado de esta práctica. Déjame decirte que El Señor considera este acto como un pecado.

En la Biblia hay ejemplos claros de la murmuración. El pueblo de Dios al salir de Egipto murmuraba contra Moisés por la comida. Recordemos que también murmuraban de Jesús todo el tiempo, cuestionando si era un buen hombre o no. La murmuración esconde un motivo, puede ser celos o envidia. Debido a esa causa ese corazón cree que es mucho mejor o superior  por ofender a la persona ausente.

Ya bien sabemos que la lengua puede encender una serie de problemas que dejan a la intemperie la verdadera condición del corazón de la persona. Practicar la murmuración no es algo bueno por dos razones; la primera es porque causa pleitos “El hombre perverso levanta contienda, Y el chismoso aparta a los mejores amigos” (Proverbios 16:28). La segunda razón es porque al murmurar se está incumpliendo uno de los mandamientos más importantes del Señor; “Amar a tu prójimo como a ti mismo”
Amados hermanos, no hablen mal los unos de los otros. Si se critican y se juzgan entre ustedes, entonces critican y juzgan la ley de Dios. En cambio, les corresponde obedecer la ley, no hacer la función de jueces. Solo Dios, quien ha dado la ley, es el Juez. Solamente él tiene el poder para salvar o destruir. Entonces, ¿qué derecho tienes tú para juzgar a tu prójimo? Santiago 4:11-12 NTV

    Al practicar este acto le estás diciendo indirectamente a Dios “Señor, te ayudaré con tus juicios” ¿Qué derecho tenemos para juzgar a nuestro prójimo? Ninguno, tú, yo y nuestro hermano estamos propensos a vivir las mismas situaciones. Ese motivo debe impulsarnos a ser misericordiosos como nuestro padre. Ser compasivos y ayudar a nuestro prójimo revela también la condición de un corazón que vive en obediencia.

    Desobedecer la palabra del Señor es lo que hacemos al practicar la murmuración. Como lo dice Santiago, nuestra función es obedecer sus mandatos no ser jueces. Pero tranquilo, no te angusties si eres un murmurador. Jesús puede restaurar cada área indefensa de nuestra vida porque Él ama que reconozcas cuan débil eres ya que desea manifestar su poder en ti. No hay nada mejor que pedirle al Señor que nos sabiduría para hablar. Ésta está enteramente llena de pureza, amabilidad, misericordia y de buenos frutos. Es lo que se necesita para guardar nuestras palabras.

    Refrenar la lengua no es fácil, la Biblia misma nos indica que nadie ha podido domarla. Pero ahí, en ese punto viene lo mejor. La misericordia de Dios es capaz de llegar a cada aérea débil de nosotros. Ante todo hay que recordar que gracias a Jesús tenemos acceso a esa gracia irresistible que perdona y restaura vidas.

    Por sobre todo mi querido lector/a reconoce si has fallado y ayuda a quien lo está haciendo. No vayas y hables desenfrenadamente de los errores de tu hermano sino continua soportándolo, perdónalo libremente, si tienes una queja contra él perdónalo como Jesús te perdono y además de esto vístete de amor porque es un vínculo perfecto de unión.

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